lunes, 30 de noviembre de 2009

Comentario de texto

Por amor a la vida que viene; por todo lo que se cuece y perpetra en nuestro Parlamento; por respeto a la naturaleza y a la ley natural..., si yo volviera a ser profesor de ética o filosofía, mis alumnos no se librarían de comentar los cinco párrafos que nos regala Enrique García-Máiquez:



¿Han visto ustedes algo más reaccionario que un embarazo? Nada de igualdad de sexos. Desde el inicio hasta el final, hay un reparto de papeles radicalmente diferenciado. Además, con frecuencia, la mujer, que suele ser muy ejecutiva y eficaz en su trabajo, sufre cierta merma en sus capacidades profesionales y a veces no le queda más remedio que darse de baja. El hombre, en cambio, recibe una descarga de responsabilidad y otra, muy curiosa, de caballerosidad. Por muy igualitarista que fuera, se encuentra de pronto llevando todas las bolsas y abriendo y cerrando las puertas al paso de su señora, como un gentilhombre del siglo XVIII.


No hay mejor campaña antiaborto que un embarazo. Desde el instante en que el test da positivo, los padres se pasman ante la trascendencia de lo acontecido y no hablan sino de su bebé y se alarman ante cualquier pequeño riesgo y cuentan las semanas una y otra vez y se meten en Internet a intentar leer todas las páginas web sobre la gestación. Mucho antes de haber alcanzado los plazos que la ley permite para abortar, los padres ya han visto varias ecografías, y tienen fotos, y vídeos que ponen a familiares y amigos heroicos. ¿Quién es capaz de explicarles ahora que su hijo no es un ser humano con un valor absoluto, eh?


Los padres olvidan sus derechos adquiridos y esperan, alborozados, los nuevos deberes. Si eso no fuera suficientemente antimoderno, el embarazo es, en sí, un epítome de la tradición. La vida, que los padres recibieron de sus padres, se transmite al hijo, y con ella una cultura y unas -las que sean- creencias. El embarazo es el centro (ombligo) de la institución familiar.


Y luego está el sexo. Lo políticamente correcto es el género como creación artificial, que depende de nuestra voluntad. Pero el embarazo, tan recalcitrante, opina lo contrario. El momento de conocer el sexo de la criatura es esencial. Entonces su persona se hace presente de una forma mucho más nítida y adquiere su perfil en las conversaciones familiares y, sobre todo, su nombre. Es la apoteosis del sexo como elemento constitutivo natural del individuo.


A nuestros ingenieros sociales los embarazos les producen mareos, náuseas, ciáticas. Normal: son una actividad contrarrevolucionaria.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Top Ten



Hubo un tiempo –ahí está la foto- en que puse la misma pasión en atizar a la bola que en enseñar filosofía. Mis aguerridos alumnos lo recuerdan perfectamente, porque a sus 17 años disponían de 9 meses para leer a los auténticos Top Ten:


1. Homero y su descubrimiento del ser humano en la Odisea

2. La excelencia captada por Platón en su Apología de Sócrates

3. La lección de equilibrio en las Meditaciones de Marco Aurelio

4. La pasión hecha vida en las Confesiones de San Agustín

5. Cualquiera de las grandes tragedias de Shakespeare

6. La conciencia analizada por Dostoievski en Crimen y castigo

7. El Comunismo fabulado por Orwell en Rebelión en la granja

8. El hombre en busca de sentido, del psiquiatra Viktor Frankl

9. El inquietante Señor de las moscas, del Nobel William Golding

10. El Quijote, séptima maravilla del mundo, sin ninguna duda

sábado, 21 de noviembre de 2009

Confucio y el gato



Asisto a un congreso en el que participan más de 500 profesores de Castilla y León. Somos conscientes de presenciar en las aulas una auténtica mutación: la involución del homo sapiens al homo videns, infraeducado por la realidad virtual de los videojuegos, la música, las series televisivas y las redes sociales. Por eso, aunque todos hablamos de crisis en la educación, pienso que en realidad no hay tal crisis. La hubo mientras había educación. Ahora solo tenemos un cadáver, a quien una legión de expertos en la cosa se empeña en reanimar. Expertos que no conocen a Confucio ni a Platón, menudos carcas. Porque el griego, gran educador de Occidente, se atrevió a declarar la incompatibilidad entre hedonismo y educación, mientras el chino, padre cultural de Oriente, dejaba escrito que, si no se respeta lo Sagrado, no hay nada sobre lo que se pueda edificar una conducta.


Además de vivir consumidos por el consumo y de espaldas a la Trascendencia, negamos la verdad y vivimos en ese mundo traidor de Campoamor, donde nada es verdad ni mentira porque todo es según el color del cristal con que se mira. Pero está claro que no hay educación si no hay verdad que transmitir, si solo hay opiniones y palabras que se lleva el viento. Tampoco hay educación sin autoridad. Y, desde hace décadas, se ha puesto de moda tratar a hijos y alumnos de igual a igual, como coleguillas o amiguetes. Sin advertir que esa bienintencionada relación se asienta sobre un polvorín, pues el niño y el adolescente son, por naturaleza, insaciables.


Platón se preguntaba cómo podemos conocer lo que nos conviene sin saber quiénes somos. Nosotros nos preguntamos cómo podemos educar sin saber qué es un ser humano, un hijo, un alumno; ¿somos, en última instancia, hijos de Dios o primos del mono?; ¿apostamos por la Trascendencia o nos zambullimos en la intrascendencia? Nuestro problema –en mi humilde opinión- es que muy pocos se atreven a reconocer que somos criaturas, y mucho menos a poner ese cascabel al gato. Por esa negligencia irresponsable, el travieso gatito de la educación hace años que se nos ha ido de las manos y se ha convertido en un ingobernable alien.

martes, 17 de noviembre de 2009

Sophie Scholl


La historia de Sophie Scholl, su hermano Hans y sus amigos –estudiantes de la Universidad de Munich que plantaron cara a los nazis y lo pagaron con sus vidas-, es bien conocida. Basta con preguntar a Google o asomarse a Wikipedia. Yo solo pretendo recordar la existencia de esta poderosa y emocionante película, que en las aulas puede valer más que un buen curso de Educación para la Ciudadanía.


Pensada para estudiantes de Secundaria, la colección Biografía Joven, de Ediciones Casals, ya lleva una treintena de títulos. Destacan, entre ellos, el pintor Velázquez, Miguel de Cervantes, Bach, Julio César, Carlos V, Tomás Moro, María Curie, Teresa de Calcuta, Tolkien y Darwin. En Sophie Scholl, cien páginas bastan a Silvia Martínez-Markus para contarnos la historia de La Rosa Blanca, el grupo de amigos que, en torno a los hermanos Scholl, se opusieron al nazismo. Con un mínimo tratamiento literario, esta biografía novelada recrea el ambiente opresivo de la Alemania hitleriana. Igual que la película, vale por muchas clases de Ciudadanía.


sábado, 14 de noviembre de 2009

Universidad de Navarra


En una de las mejores guías del Camino de Santiago, Jaume Serra escribe que Pamplona tiene dos señas de identidad que la hacen famosa en todo el mundo: los Sanfermines y la Universidad de Navarra. Quizá exagera, pienso. Poco después, abro el correo electrónico: una recién licenciada, a quien no conozco, me escribe para agradecer el consejo que di a su padre hace seis años, cuando me preguntó en qué Universidad podría estudiar su hija. Hoy, esa muchacha me asegura que, desde entonces, se siente en deuda conmigo, “pues estudiar en la Universidad de Navarra ha sido la mejor elección de mi vida”.

martes, 10 de noviembre de 2009

Autorretrato con radiador


El Nobel no sería premio suficiente para un tipo capaz de escribir Autorretrato con radiador. Dicho esto, comprenderán ustedes que no soy el más indicado para hablar con objetividad de este libro. Por tanto, me retiro y cedo la palabra a Andrés Neuman:



De viaje en Zaragoza, visité una exquisita librería que ha abierto (¡y no cerrado!) bajo el nombre de 'Los portadores de sueños'. Rondé las estanterías, curioseé por costumbre entre las novedades, conversé con los amables libreros, me dispuse a marcharme. Entonces, un segundo antes de enfilar la puerta, clavé la vista en un breve ejemplar distraído en una esquina. Como si el libro hubiese susurrado mi nombre, me acerqué y reconocí el diseño austero de Árdora Ediciones. El título del libro me intrigó, 'Autorretrato con radiador'. De su autor, Christian Bobin, nada sabía. El enamoramiento sucedió como debe: abrí el libro al azar, me recité en voz baja un pasaje y quedé estremecido. Sus palabras me cautivaron con esa mezcla de asombro y familiaridad con que reconocemos a un alma cómplice en un tren, la misma con la que comprendemos que un autor forma parte de nuestra familia. Conmocionado por la hondura y belleza de aquel párrafo, me volví hacia la librera con gesto interrogante. Ella se encogió de hombros, sonrió y dijo: "No lo conozco. Lo he traído porque el otro día un lector llegó entusiasmado y me contó que acababa de enamorarse de un libro. Me dijo que lo abrió, leyó unas líneas y se quedó pasmado. Igualito que usted".

No sé qué es 'Autorretrato con radiador'. Desde luego no es una novela, tampoco son relatos, tiene forma de diario, quizá sea un ensayo, aunque yo diría que está hecho de temblorosa poesía. Una voz va anotando observaciones diarias sobre el matiz de los objetos con los que convive, lo que le despierta la visión de un semejante o el momento de las flores que se inclinan junto a la ventana. Y con estos materiales, minúsculos como un vaso e infinitos como el agua que contiene, Christian Bobin levanta un mundo, una filosofía entre humilde y sagrada: una mística de andar por casa. Su tema es el acontecimiento de estar vivos. La frágil búsqueda de la alegría.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Os difuntiños

Noviembre. ¿Metáforas sobre la muerte? Ahí están las Coplas de Manrique. O esos versos en los que Dámaso la llama pórtico de la inmortalidad, y convierte los cementerios en huertos donde piadosamente sembramos a nuestros muertos, con esperanza de cosecha inmortal.



Luego está la reflexión de Christian Bobin, a propósito de su mujer: que la última verdad no puede ser un agujero en la tierra, pues no es lo bastante grande para contener la infinitud del amor recibido a veces en esta vida. Y, por fin, los gallegos, capaces de referirse a los difuntos con la expresión más sabia, poética y teológica que conocemos: os difuntiños. ¡Qué prodigio!


En el cemeterio de Santa Mariña, en Cambados, bajo las ruinas de la iglesia gótica donde también reposa un niño de Valle-Inclán, el doctor Cabaleiro me mostró el busto en bronce de un viejiño con boina, sobre un epitafio tan airoso como las ojivas de piedra que enmarcan su eterno descanso, deitado a sombra dunha alcasia, na i-alma nobre da nosa terra.


Postdata: En Burgos, ajeno a la misteriosa verdad de esta poesía, uno de los codirectores de Atapuerca ha comentado que la evolución acabará pronto con la religión. A su lado, un ilustre filólogo ha salido al paso de esa confusión de churras con merinas, y ha recordado al antropólogo lo evidente: que seguirá habiendo religión mientras el hombre se siga muriendo.