Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa, sentenció Ortega. Algunos sí lo saben. Se diría que el periodista que siempre ha sido Jiménez Lozano se ha tomado esa difícil tarea explicativa como un reto muy personal. Buscando un amo (Rialp, 2017) nos brinda una antología de sesenta textos publicados desde el año 2000 en periódicos españoles. Un estupendo mural impresionista de los tiempos modernos y posmodernos, con su nihilismo lúdico y sus deconstrucciones, sus caras más problemáticas y sus raíces.
Estamos ante un diagnóstico en toda regla, necesariamente interesante y sorprendentemente ameno, pues nunca falta la anécdota sabrosa, la lección de historia antigua o reciente, el escorzo de un personaje atractivo, la ironía benévola… Ahora que abundan los alumnos y escasean los maestros, estos sesenta artículos son otras tantas lecciones de civilidad, pequeñas solo en extensión, profundas y permanentes en su contenido.
Jiménez Lozano gusta de interpretar el presente a la luz del pasado. Convoca para ello a Homero y Lao Tse, a Carlos V y Adriano de Utrecht, Alarico y Napoleón, Lenin y Stalin, Mao y Hitler, Rousseau y Bartolomé Carranza, Horacio y Cervantes… Después, por el puente de la comparación nos habla de la decadencia de Europa, se ríe de la palabrería posmoderna, denuncia la tiranía de lo políticamente correcto y su pensamiento único, desenmascara imposturas del arte actual, lamenta la torpeza de nuestros planes de estudio…
Breve botón de muestra
Me parece oportuno añadir, pensando en los lectores que no conozcan a Jiménez Lozano, que es probablemente, entre los escritores españoles en activo, el intelectual con más enjundia. Dice, por ejemplo:
La enseñanza antigua daba una gran importancia a la poesía porque aportaba el conocimiento necesario, a través del fulgor de la belleza, sobre la realidad del mundo y la frágil y perversa consistencia de la condición humana. Pág. 58
Dramática necedad de las pedagogías y las campañas de lectura, que proclaman que lo importante es leer, sin que importe lo que se lea. Porque lo cierto es que siempre somos hijos de una palabra oída o leída, e importa absolutamente todo qué clase de palabra sea. 138
Diderot dijo con todas las letras que Rousseau era “un bandido”, y Voltaire aseguró que no solo debían ser quemadas sus obras, sino que él mismo debía desaparecer con un castigo capital. Así que, en realidad, solo la posteridad, y especialmente nuestro mundo, parecen haber comprendido a este señor como resumen de bondades y maestro y espejo de educadores, aunque él llevó a sus hijos a una inclusa para que se los educasen los demás. 140
La liquidación de la civilización occidental podemos simbolizarla en la honorabilidad artística que adquiere cualquier cosa, enseguida valorada por encima de una virgencita del Duccio, con tal de que magnifique la instintividad contra la cultura, e inaugure como gran estilo el pisoteamiento de lo hermoso, lo verdadero, y desde luego de la bondad humana, que sería igualmente una consideración subjetiva. 172
Por atroz que haya sido y siga siendo la Historia humana, lo cierto es que ha dado bastantes muestras de individuos absolutamente extraordinarios, y bastantes miles o millones muy aceptables, que han hecho, y hacen, que el planeta no sea un puro corral de vacas, si las vacas me perdonan la comparación. 188
Ya estamos, y parece que se va a estar más plenamente, en un régimen de enseñanza de baja intensidad, igual para todos; en la que se acabaría con las excelencias y los méritos que se nos asegura que son algo sumamente perjudicial para los menos económicamente favorecidos, porque parece partirse del supuesto de que todos los pobres son idiotas. 199
En la China del señor Mao, gentes perfectamente analfabetas enseñaban historia o medicina, y hasta hacían intervenciones quirúrgicas a su manera, con la única guía de los pensamientos y poemas del Presidente Mao, aunque este llamaba a un médico occidental en cuanto le dolía alguna cosa, claro está. 200
Este tiempo nuevo es una visión del mundo, según la cual deben ser destruidos treinta siglos de cultura, y, desde luego, el sentido ético y religioso, la tradición familiar y la noción misma de belleza, y toda esa destrucción debe ser considerada una conquista frente al pasado. 212
Lo que vemos y tocamos cada día es que las cosas ya no son lo que son, sino lo que se decide que sean en cada momento; la verdad es diseñada, cada vez, por un supuesto consenso de opiniones, aunque en realidad sea una decisión por parte de quienes tienen el poder para ello. No podemos saber, entonces, lo que es justo o injusto, verdadero o falso, hermoso o espantoso, humano o inhumano, hasta que eso no se nos señala en cada caso, autoritariamente; y eso, comenzando por el mismo lenguaje.
Y no hay posibilidad de referencia a algún tipo de verdad, porque la realidad es una realidad construida (…), donde las palabras se sostienen con su mera enunciación, y siempre significan lo que se nos ordene (212), y componen un argot ininteligible y polisémico, que parece decir todo de manera intelectualmente inapelable, y no quiere decir nada. 240
La dictadura de lo “políticamente correcto” lleva cabo un acondicionamiento continuo de las mentes, en un mundo en que solo resuenan la política y la comercialidad, donde resulta arduo que pueda brotar un discurso sobre otra realidad, porque esa realidad es desconocida para la mayoría, o ha sido estigmatizada y suscita temor a ser rechazada en un océano de unanimidad. 236
Porque pensar por cuenta propia es un signo de un individualismo insolidario, verdaderamente intolerable a estas alturas tan sociales. 241
El adagio en latín que nos pinta la soledad transfiguradora y feliz, tal y como la imaginaban los antiguos, dice: “In angulo cum libro”, esto es, “con un libro en un rincón”; pero no el Día del Libro o en la Feria del Libro, sino siempre. 251
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