En un mundo configurado en gran medida por la empresa y las relaciones
laborales, se agradece el breve ensayo de David Cerdá titulado El buen profesional.
El carácter
sevillano de su autor se refleja en esas páginas simpáticas y amenas, dedicadas
a quienes dan los primeros y segundos pasos en el ámbito laboral, y a sus
principales cualidades: amor al trabajo, ilusión de servir a los demás,
compañerismo y amistad en la empresa, orden, discreción, autoridad, prestigio...
Lejos de ser un teórico, David Cerdá habla por propia experiencia y tiene el
detalle de adobar su discurso con anécdotas sabrosas, con ejemplos certeros,
con chistes, refranes, aforismos…
Es cierto que el trabajo nos ata, pero también nos libera y
dignifica, nos abre a otras personas, nos aleja del empobrecedor egocentrismo,
nos permite una contribución esencial a la polis. Con razón nos quejamos de
quienes queman contenedores, destrozan coches o dañan monumentos, pero mayor
manifestación de falta de civismo es la falta de profesionalidad. Dicho en
positivo: el ejercicio virtuoso de la profesión es una excelente contribución
social. Sean cuales sean nuestras ideas sobre el Estado, los servicios sociales
o los impuestos, si realizamos bien nuestro trabajo seremos buenos ciudadanos.
Esa idea conviene tenerla clara en un mundo proclive al individualismo y al
exhibicionismo, en el que tendemos a exigir demasiado a la vida y demasiado
poco a nosotros mismos. Paco de Lucía explicaba brevemente la razón de su
dominio de la guitarra: “Llevo desde niño practicando todos los días una media
de catorce horas, y a eso en mi tierra lo llaman duende”.
El buen profesional se rodea de los mejores y hace mejores
a quienes le rodean; escucha tanto como habla; conversa con gusto y con
provecho; enseña y aprende. Si es jefe, el buen profesional tiene entre sus
prioridades no dañar a nadie, remunerar y tratar con respeto a todos. Ser
profesional es saber estar, sin confundir la espontaneidad con el excesivo
desenfado y el mal gusto; es ser puntual, respetando el tiempo ajeno; es ser
alegre y cortés; es cumplir lo pactado. El trato con colegas y clientes, con
jefes y subordinados, requiere ajustes finos: adaptarse a quien se tiene
enfrente, no caer en el paternalismo ni en la camaradería de barrio. Ese tacto
especial es aplicable a la comunicación. Ya sea escribiendo o hablando, nuestra
forma de dialogar y de dirigimos a los demás desvela lo que somos y determina
cómo se nos percibe. Por una mala redacción se echan a perder muchos negocios.
A las personas insatisfechas, que se repiten continuamente
que no trabajan en “lo suyo”, David Cerdá les recuerda que no se trata de hacer
lo que aman, sino de amar lo que hacen. Deberían saber que todo trabajo es una
oportunidad de servir, y eso no solo es muy bueno para los demás, sino que nos
libera del pesadísimo yo. En realidad, si algo no es un servicio no merece la
pena. Además, todo servicio enriquece al que lo presta. Séneca lo sintetiza en esta
hermosa paradoja: “Lo que tengo es lo que he dado”.
El autor, padre de tres hijos, reconoce que muchas
cualidades de una buena madre y de un buen padre coinciden con las del buen
profesional, pues llevar bien un hogar es una escuela de profesionalismo. Ursula
von der Leyen, primera mujer al frente de la Comisión Europea, le da la razón: “Hay
empresas que prefieren a padres y madres de familia porque son cabezas más
flexibles y rápidas, emocionalmente más maduras. Piense que tener cuatro hijos
es dirigir una pyme”.
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