Un poco dantesco, Nicholas Carr aprecia un aumento de la idiotez ambiental en proporción directa al mariposeo cognitivo que nos brindan las ferreterías electrónicas, pues ese picoteo compulsivo solo nos aporta ínfimas dosis de conocimiento verdadero. No así los libros y los codos de toda la vida, claro.
En sus conjeturas de El Mundo, Erasmo echa más leña al fuego: extraviado el hábito de leer, sube la imbecilidad universal.
Yo no quito ni pongo, pero afirmo que cualquier profesor comprueba a diario esta situación, que tiene poco o nada que ver con las partidas destinadas a la enseñanza.