“139 minutos de electricidad en un solo escenario. Este podría ser el
resumen de Fences, la adaptación de la premiadísima obra de teatro
homónima, obra de August Wilson, autor también del guión. Concretamente,
la sexta de las diez piezas de las que consta el “Ciclo Pittsburgh”, que resume
un siglo entero de la vida de los afroamericanos en Estados Unidos. Los
protagonistas de esta versión, Denzel Washington y Viola Davis (Troy y
Rose), aprendieron sus papeles en los escenarios de Broadway, y ahora es el propio
Washington el que dirige la adaptación al cine”. Así resume Ana Sánchez de la
Nieta esta soberbia película, que podría haber sido una comedia americana o una
tragedia griega, y que es ambas cosas. O sea, un milagro artístico.
La casa de Troy y Rose
–añade Ana- es el escenario donde un maduro matrimonio negro se abre en canal
para mostrarnos sus aspiraciones, sus deseos, sus frustraciones, sus sueños
rotos o cumplidos. Entre los temas tratados: la igualdad de oportunidades (no solo entre blancos y negros,
también para hombre y mujer y entre distintas generaciones), la clase social,
el racismo, el machismo, cuestiones políticas y el alcoholismo. Todos dentro de
un drama familiar que renuncia desde el principio al melodrama barato, y que se
muestra implacable e inesperadamente tierno con sus personajes.
Apabullante la
interpretación de Denzel Washington, en los pantalones de un tipo vapuleado por
la vida, con una rica personalidad donde destacan a partes iguales la verborrea
llena de chispa, el cinismo y la resistencia. Ese torbellino de energía y
vaivenes tiene el contrapunto perfecto de Viola Davis, mujer sólida, enamorada,
modelo de equilibrio y sentido común, que destapará el tarro de las esencias al
final de la historia. Entonces el espectador ya no tendrá ninguna duda de que
Viola y Denzel han dado vida a un texto maravilloso, a una inolvidable
radiografía de la condición humana, rebosante de ingenio y profundidad, y de
que August Wilson y los actores habitan en el territorio de los genios.