viernes, 3 de febrero de 2012

Filosofía a raquetazos



En el último duelo de titanes Tomás Cuesta vio “un máximo de perfección técnica y de potencia física, sí. Pero también un máximo ético en la entrega hasta el último aliento, allá donde cada uno de los jugadores sabía que la victoria de su oponente era lo mismo que la suya propia: el triunfo de la excelencia. A eso los griegos llamaron areté, virtud guerrera de la cual nacen todas las virtudes y que es lo único que, al fin, vale la pena. De esa areté nació Europa: de ese cincelar lo mejor, en el cual se cifra un esplendor hoy —¿qué duda cabe?— tan decaído”.

¿Por qué no recuperamos esa épica?