En medio del duro invierno burgalés, solo por debajo del siberiano, leo la odisea de Shackleton en la Antártida, después de que el Endurance quede atrapado entre placas de hielo y se hunda en las gélidas aguas. Veo al intrépido irlandés con sus veintisiete hombres, sobreviviendo durante casi dos años sobre témpanos a la deriva, obligados a comerse los cincuenta huskies destinados a tirar de los trineos.
Tras el rescate, uno de ellos dirá de su jefe: "Para la dirección científica, dadme a Scott; para un viaje rápido y eficaz, a Amundsen; pero cuando estéis en una situación desesperada, cuando parezca que no existe una salida, arrodillaos y rezad para que venga Shackleton".
Alfred Lansing, después de leer los diarios de los miembros de la tripulación y de entrevistar a los que aún vivían, publicó en 1959 La prisión blanca, convertido ya en un clásico de los libros de aventura. El sobrio y sencillo Shackleton de Lluís Prats, publicado en 2011 por Bambú (Casals), me ha parecido excelente, y creo que gustará a lectores entre 8 y 80 años.