Hace años, cuando estalló la
crisis de las viñetas, el presidente Chirac reconoció una evidencia elemental: que
Charlie Hebdo había causado “una provocación innecesaria”. Nadie con un poco de
dignidad deja de condenar el reciente atentado terrorista y la vileza de los asesinatos.
Pero nadie con la misma dignidad, después de echar un simple vistazo a las portadas
del pasquín, puede aprobar su escarnio constante y aberrante de la religión, ni
llamar libertad de expresión a esa persistente blasfemia.
La Historia
enseña que una civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha
destruido a sí misma desde dentro; y la basura ofensiva de Charlie Hebdo, como
los antivalores que defiende, expresan la profundidad de la crisis de Europa
mejor que nuestra maltrecha economía. La Historia, muy a pesar de los
laicistas, también enseña que las religiones fundan las civilizaciones, que a su
vez mueren cuando entierran el espíritu que las fundó.
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