domingo, 29 de noviembre de 2015

Arte, libertad y religión


Hay periódicos que marcan la diferencia. El artículo que reproduzco, Arte, libertad y religión, del 28.XI.2015, es tan solo un botón de muestra de los muchos que acreditan la calidad del Diario de Navarra. Lo firma Alejandro Navas, profesor de Sociología de la Universidad de Navarra. Hace referencia a un incidente local, pero creo que la reflexión es impecable y de valor general.

En la sociedad de la información y de las redes sociales resulta difícil llamar la atención. El exceso de mensajes y de estímulos invita a la estridencia si uno aspira a destacar. Supongo que este es uno de los factores que explican la trayectoria del artista responsable de la exposición blasfema. Según ha declarado él mismo en alguna entrevista, su madre era una prostituta y drogadicta, quedó embarazada y lo abandonó después de nacer en una clínica de Madrid vinculada a la mendicidad y la prostitución. Adoptado a los siete años, describe su infancia como “una mezcla de maltratos, abusos sexuales y diferentes problemáticas”, que culminarían en un intento de suicidio a los dieciséis. No voy a hacer de psiquiatra, pero está claro que una biografía así explica muchas cosas. En cualquier caso, no lo juzgo como persona. Más bien me daría pena, si no fuera por su habilidad para convertir el escándalo en negocio y autopromoción.
El recurso del arte contemporáneo a la provocación y al insulto tiene más de un siglo de historia. Se entiende que los “creativos” incidan en esa dinámica si les proporciona notoriedad y dinero. “Escandalizar al burgués” se convierte así en un negocio rentable en todas las coyunturas económicas. No voy a entrar en disquisiciones estéticas, y me fijaré más bien en la sociedad que permite o incluso alienta ese tipo de manifestaciones.
Se observa en nuestro país una tendencia a adobar la fiesta y el arte con elementos anticristianos. Con aire cansino asistiremos en  la celebración de fin de año o de los próximos carnavales a la proliferación de varones disfrazados de cura o de monja. Algo similar ocurre en sanfermines. Es lógico que las pancartas de las peñas recojan aspectos de la actualidad con un tono satírico y burlón, y sería mucho pedir que el buen gusto fuera el criterio determinante, pero en una sociedad democrática debería ser posible compaginar la libertad de expresión con el respeto debido a los demás, de modo especial cuando la religión está por medio.
En una sociedad moderna y pluralista, donde cada uno puede vivir y buscar la felicidad a su manera –este era el ideal de Federico de Prusia, rey ilustrado por excelencia--, no habría mucho que objetar a manifestaciones de paganismo. Se habla mucho de nuestra sociedad “poscristiana”, pero sorprende esa fijación por lo cristiano cuando se quiere dar rienda suelta a la imaginación o a la espontaneidad. Va a resultar que ser pagano coherente es mucho más difícil de lo que parece a simple vista.  Ateísmo significa una vida sin Dios, y lo que encontramos aquí es más bien cristofobia, odio a Jesucristo y a todo lo cristiano.
Se podría analizar la raíz psicológica y antropológica de ese rechazo. Hay mucho estudiado sobre la necesidad de la fiesta para la persona y la sociedad, y se conoce la raíz religiosa de toda celebración. En el fondo, los hombres rinden así homenaje al Creador y se alegran y agradecen los dones recibidos, empezando por la propia vida (no deja de ser ridícula la pretensión, que veremos en las semanas próximas, de vivir las fiestas navideñas sin aludir al nacimiento de Cristo). Se entiende que un tipo humano como el moderno, supuestamente emancipado de la tutela religiosa, sienta la necesidad de matar al padre. “No hay Dios porque, de haberlo, yo no soportaría no serlo”, decía Nietzsche con su habitual clarividencia.  Léon Bloy expresaba lo mismo con otras palabras: “¿Por qué la Iglesia es tan odiada? Porque es la conciencia del género humano”.
Muchos de nuestros poscristianos parecen tener una verdadera obsesión con la Iglesia católica. Después de haber ido detrás de los curas con el cirio en la mano sienten ahora el irresistible impulso de hacerlo con el garrote. Dan la impresión de que no pueden vivir lejos del cura. En el fondo, siguen siendo tan clericales como antes, a pesar del cambio de bando.
Nos vendría bien un poco más del paganismo verdaderamente ilustrado, que respeta y deja vivir. La sociedad moderna, amiga del pluralismo, acepta como un avance que cada uno piense y viva como desee. Como a la vez queremos mantener la cohesión social, pues juntos somos más fuertes y prósperos, acudimos a procedimientos como fuentes de legitimación: el mercado en la economía, la democracia en política, el parlamento y los jueces en la justicia. Corresponde al gobierno la misión de velar por su correcto funcionamiento, garantía de paz y libertad. Lamento que tanto el Ayuntamiento de Pamplona como el Parlamento de Navarra  y la Presidenta del Gobierno no hayan estado a la altura en este caso. Han dejado escapar una magnífica oportunidad para mostrar que, efectivamente, gobiernan para todos.
.

domingo, 15 de noviembre de 2015

¿Qué pasa en las aulas? (y II)

 
Había prometido terminar la reseña de Educación. Guía para perplejos, libro de Inger Enkvist, profesora sueca que demuestra sabiduría y experiencia al analizar las causas del éxito y del fracaso escolar y educativo. Esta entrada es más larga de lo habitual, pero el libro reseñado lo merece.

La educación de un joven –nos dice- es un proyecto de colaboración entre el propio joven, la familia, la escuela y la sociedad. Si hubo un tiempo donde cada uno sabía qué papel le correspondía, actualmente todo parece confuso: los profesores ya no responden a la imagen que solíamos tener de ellos, pero tampoco los alumnos ni los padres. Ni la sociedad, por supuesto. En medio de esa desorientación, padres y profesores deben utilizar todos los recursos a su alcance: su energía física, su equilibrio psíquico, su madurez, su sentido de responsabilidad y su sentido del humor.

Los padres no deben entender la familia como una democracia, y menos aún niñocéntrica. Al colocar al hijo en el centro corren el peligro de sobredimensionar su importancia y conseguir que piense que se le debe todo. La falta de agradecimiento y el mal comportamiento son su consecuencia natural. Algo peor sucede, como es lógico, cuando los padres no encarnan el modelo que deberían y son más bien antimodelos. Entonces el fracaso educativo está servido. Solo algunos jóvenes muy fuertes logran transformar esa experiencia en la decisión de “no ser como sus padres”, convirtiéndose a veces en los “padres de sus padres”.

La escuela ha sido la casa de la verdad hasta que el relativismo ha puesto por delante los valores de la convivencia, que se reducen a no herir los sentimientos del compañero o alumno, aunque se porte mal. Pero es perverso permitir la indisciplina, así como hablar de inclusión cuando se trata de alumnos que destruyen la escuela. Resulta contradictorio parlotear sobre la convivencia y no exigir las condiciones que la hacen posible. Porque el buen comportamiento de alumnos y profesores es condición necesaria del aprendizaje, y no se ha encontrado otra manera de educar. Quizá sea difícil de conseguir en algunos centros, pero conviene saber que cualquier escuela problemática deja de serlo en cuanto se propone cumplir normas básicas de puntualidad, vestimenta decorosa y obligación de hacer las tareas. Sin ese empeño, tendríamos que reconocer que somos injustos con los alumnos que quieren aprender y pierden el tiempo por el boicot de otros alumnos, en una especie de “escuela al revés” que hace exacto el célebre título la conjura de los necios.

También resula contradictorio que el Estado haya introducido la escolarización obligatoria y no el aprendizaje obligatorio. Es contradictorio insertar a un alumno por su edad y no por sus conocimientos, porque ese criterio manifiesta un desprecio por la educación en el seno del mundo educativo.

El informe McKinsey 2007 dice que el factor clave para el éxito educativo es la inteligencia y preparación del profesor, no la inversión en edificios y materiales. Para nuestra autora, el profesor no debe ser autoritario ni carismático, sino profesional, con una preparación que requiere ocio para leer y viajar, tiempo para las librerías, las bibliotecas, los museos, los conciertos, el teatro, el arte…

En el buen profesor se da un constante aprendizaje teórico y práctico, que produce pequeñas mejoras continuas, no cambios drásticos. La nueva pedagogía, por el contrario, tiende al pedagogismo: una fiebre innovadora que produce cambios incesantes e innecesarios. Así hemos llegado a un infantilismo educativo que “en vez de preparar al niño y al joven para las exigencias de la vida adulta, se le invita a estar siempre jugando, satisfecho de sí mismo”.

La innovación educativa no es siempre mejor que la tradición, pero la prensa ama la novedad. Un Ministerio de Educación que se concentra durante años en un buen proyecto, no genera noticias, mientras la crítica de cualquier político a ese proyecto puede aparecer en titulares. Así, el público oye constantemente que lo que propone el Gobierno está mal, y eso resulta deprimente y negativo.

Si la dirección de un colegio habla más de métodos que de contenidos, hay que tener cuidado. Los métodos son importantes, pero solo como apoyo casi invisible al contenido y al pensamiento. Un buen método de lectura es, sin duda, importante, pero el mejor de los métodos no enseñará a leer en menos de 200 horas, y nadie se convertirá en un buen lector si no invierte 5.000 horas.

Los jóvenes necesitan ser educados en la belleza, la verdad y la bondad, algo que todo buen maestro sabe transmitir con la materia que enseña. Frente a ese clima enriquecedor, la ideologización y politización de la escuela denota y produce subdesarrollo intelectual en un país. Es curioso que los neomarxistas, tan críticos, no se pregunten por qué nadie pide refugio político en Cuba, Venezuela, Corea del Norte o Zimbawe.
.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Desconexión

















El Parlamento catalán ha aprobado la desconexión de España, mientras pide dinero al Estado opresor; mientras los dirigentes nacionalistas y su partido son objeto de investigación penal por megacorrupción; mientras su líder carismático, Jordi Pujol, se hunde en el pozo de la infamia con toda su familia, judicialmente declarada organización criminal. Todo al mismo tiempo, en un esperpento histórico que el presidente Rajoy espera solucionar con palabras y más palabras, sin hacer nada, como de costumbre.
.