Había
prometido terminar la reseña de Educación. Guía para perplejos, libro de Inger Enkvist, profesora sueca que demuestra
sabiduría y experiencia al analizar las causas del éxito y del fracaso escolar
y educativo. Esta entrada es más larga de lo habitual, pero el libro reseñado lo merece.
La
educación de un joven –nos dice- es un proyecto de colaboración entre el propio
joven, la familia, la escuela y la sociedad. Si hubo un tiempo donde cada uno
sabía qué papel le correspondía, actualmente todo parece confuso: los
profesores ya no responden a la imagen que solíamos tener de ellos, pero
tampoco los alumnos ni los padres. Ni la sociedad, por supuesto. En medio de
esa desorientación, padres y profesores deben utilizar todos los recursos a su
alcance: su energía física, su equilibrio psíquico, su madurez, su sentido de
responsabilidad y su sentido del humor.
Los
padres no deben entender la familia como una democracia, y menos aún niñocéntrica. Al colocar al hijo en el
centro corren el peligro de sobredimensionar su importancia y conseguir que
piense que se le debe todo. La falta de agradecimiento y el mal comportamiento
son su consecuencia natural. Algo peor sucede, como es lógico, cuando los padres
no encarnan el modelo que deberían y son más bien antimodelos. Entonces el
fracaso educativo está servido. Solo algunos jóvenes muy fuertes logran
transformar esa experiencia en la decisión de “no ser como sus padres”,
convirtiéndose a veces en los “padres de sus padres”.
La
escuela ha sido la casa de la verdad hasta que el relativismo ha puesto por
delante los valores de la convivencia, que se reducen a no herir los
sentimientos del compañero o alumno, aunque se porte mal. Pero es perverso permitir
la indisciplina, así como hablar de inclusión
cuando se trata de alumnos que destruyen la escuela. Resulta contradictorio
parlotear sobre la convivencia y no exigir las condiciones que la hacen
posible. Porque el buen comportamiento de alumnos y profesores es condición
necesaria del aprendizaje, y no se ha encontrado otra manera de educar. Quizá
sea difícil de conseguir en algunos centros, pero conviene saber que cualquier
escuela problemática deja de serlo en cuanto se propone cumplir normas básicas
de puntualidad, vestimenta decorosa y obligación de hacer las tareas. Sin ese
empeño, tendríamos que reconocer que somos injustos con los alumnos que quieren
aprender y pierden el tiempo por el boicot de otros alumnos, en una especie de
“escuela al revés” que hace exacto el célebre título la conjura de los necios.
También
resula contradictorio que el Estado haya introducido la escolarización
obligatoria y no el aprendizaje obligatorio. Es contradictorio insertar a un
alumno por su edad y no por sus conocimientos, porque ese criterio manifiesta
un desprecio por la educación en el seno del mundo educativo.
El
informe McKinsey 2007 dice que el factor clave para el éxito educativo es la
inteligencia y preparación del profesor, no la inversión en edificios y
materiales. Para nuestra autora, el profesor no debe ser autoritario ni
carismático, sino profesional, con una preparación que requiere ocio para leer
y viajar, tiempo para las librerías, las bibliotecas, los museos, los
conciertos, el teatro, el arte…
En el
buen profesor se da un constante aprendizaje teórico y práctico, que produce
pequeñas mejoras continuas, no cambios drásticos. La nueva pedagogía, por el contrario, tiende al pedagogismo: una
fiebre innovadora que produce cambios incesantes e innecesarios. Así hemos
llegado a un infantilismo educativo que “en vez de preparar al niño y al joven
para las exigencias de la vida adulta, se le invita a estar siempre jugando,
satisfecho de sí mismo”.
La
innovación educativa no es siempre mejor que la tradición, pero la prensa ama
la novedad. Un Ministerio de Educación que se concentra durante años en un buen
proyecto, no genera noticias, mientras la crítica de cualquier político a ese
proyecto puede aparecer en titulares. Así, el público oye constantemente que lo
que propone el Gobierno está mal, y eso resulta deprimente y negativo.
Si la
dirección de un colegio habla más de métodos que de contenidos, hay que tener
cuidado. Los métodos son importantes, pero solo como apoyo casi invisible al
contenido y al pensamiento. Un buen método de lectura es, sin duda, importante,
pero el mejor de los métodos no enseñará a leer en menos de 200 horas, y nadie
se convertirá en un buen lector si no invierte 5.000 horas.
Los
jóvenes necesitan ser educados en la belleza, la verdad y la bondad, algo que
todo buen maestro sabe transmitir con la materia que enseña. Frente a ese clima
enriquecedor, la ideologización y politización de la escuela denota y produce
subdesarrollo intelectual en un país. Es curioso que los neomarxistas, tan
críticos, no se pregunten por qué nadie pide refugio político en Cuba, Venezuela,
Corea del Norte o Zimbawe.
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