Hay periódicos que marcan la diferencia. El artículo que reproduzco, Arte, libertad y religión, del 28.XI.2015, es tan solo un botón de muestra de los muchos que acreditan la calidad del Diario de Navarra. Lo firma Alejandro Navas, profesor de Sociología de la Universidad de Navarra. Hace referencia a un incidente local, pero creo que la reflexión es impecable y de valor general.
En la sociedad de la información y de las redes sociales
resulta difícil llamar la atención. El exceso de mensajes y de estímulos invita
a la estridencia si uno aspira a destacar. Supongo que este es uno de los
factores que explican la trayectoria del artista responsable de la exposición
blasfema. Según ha declarado él mismo en alguna entrevista, su madre era una
prostituta y drogadicta, quedó embarazada y lo abandonó después de nacer en una
clínica de Madrid vinculada a la mendicidad y la prostitución. Adoptado a los
siete años, describe su infancia como “una mezcla de maltratos, abusos sexuales
y diferentes problemáticas”, que culminarían en un intento de suicidio a los
dieciséis. No voy a hacer de psiquiatra, pero está claro que una biografía así
explica muchas cosas. En cualquier caso, no lo juzgo como persona. Más bien me
daría pena, si no fuera por su habilidad para convertir el escándalo en negocio
y autopromoción.
El recurso del arte contemporáneo a la provocación y al insulto
tiene más de un siglo de historia. Se entiende que los “creativos” incidan en
esa dinámica si les proporciona notoriedad y dinero. “Escandalizar al burgués”
se convierte así en un negocio rentable en todas las coyunturas económicas. No
voy a entrar en disquisiciones estéticas, y me fijaré más bien en la sociedad
que permite o incluso alienta ese tipo de manifestaciones.
Se observa en nuestro país una tendencia a adobar la
fiesta y el arte con elementos anticristianos. Con aire cansino asistiremos en
la celebración de fin de año o de los próximos carnavales a la
proliferación de varones disfrazados de cura o de monja. Algo similar ocurre en
sanfermines. Es lógico que las pancartas de las peñas recojan aspectos de la
actualidad con un tono satírico y burlón, y sería mucho pedir que el buen gusto
fuera el criterio determinante, pero en una sociedad democrática debería ser
posible compaginar la libertad de expresión con el respeto debido a los demás,
de modo especial cuando la religión está por medio.
En una sociedad moderna y pluralista, donde cada uno
puede vivir y buscar la felicidad a su manera –este era el ideal de Federico de
Prusia, rey ilustrado por excelencia--, no habría mucho que objetar a
manifestaciones de paganismo. Se habla mucho de nuestra sociedad
“poscristiana”, pero sorprende esa fijación por lo cristiano cuando se quiere
dar rienda suelta a la imaginación o a la espontaneidad. Va a resultar que ser
pagano coherente es mucho más difícil de lo que parece a simple vista.
Ateísmo significa una vida sin Dios, y lo que encontramos aquí es más
bien cristofobia, odio a Jesucristo y a todo lo cristiano.
Se podría analizar la raíz psicológica y antropológica de
ese rechazo. Hay mucho estudiado sobre la necesidad de la fiesta para la
persona y la sociedad, y se conoce la raíz religiosa de toda celebración. En el
fondo, los hombres rinden así homenaje al Creador y se alegran y agradecen los
dones recibidos, empezando por la propia vida (no deja de ser ridícula la
pretensión, que veremos en las semanas próximas, de vivir las fiestas navideñas
sin aludir al nacimiento de Cristo). Se entiende que un tipo humano como el
moderno, supuestamente emancipado de la tutela religiosa, sienta la necesidad
de matar al padre. “No hay Dios porque, de haberlo, yo no soportaría no serlo”,
decía Nietzsche con su habitual clarividencia. Léon Bloy expresaba lo
mismo con otras palabras: “¿Por qué la Iglesia es tan odiada? Porque es la
conciencia del género humano”.
Muchos de nuestros poscristianos parecen tener una verdadera
obsesión con la Iglesia católica. Después de haber ido detrás de los curas con
el cirio en la mano sienten ahora el irresistible impulso de hacerlo con el
garrote. Dan la impresión de que no pueden vivir lejos del cura. En el fondo,
siguen siendo tan clericales como antes, a pesar del cambio de bando.
Nos vendría bien un poco más del paganismo verdaderamente
ilustrado, que respeta y deja vivir. La sociedad moderna, amiga del pluralismo,
acepta como un avance que cada uno piense y viva como desee. Como a la vez
queremos mantener la cohesión social, pues juntos somos más fuertes y
prósperos, acudimos a procedimientos como fuentes de legitimación: el mercado
en la economía, la democracia en política, el parlamento y los jueces en la
justicia. Corresponde al gobierno la misión de velar por su correcto
funcionamiento, garantía de paz y libertad. Lamento que tanto el Ayuntamiento
de Pamplona como el Parlamento de Navarra y la Presidenta del Gobierno no
hayan estado a la altura en este caso. Han dejado escapar una magnífica
oportunidad para mostrar que, efectivamente, gobiernan para todos.
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