Enrique García-Máiquez | Diario de Cádiz, 18.09.2016
Pero lo cierto es que la cuestión está aquí, y tenemos los datos de las ex pirámides de población, que mejor llamaríamos "huevos de pascua de población", por la forma que ya tienen y por la pascua que nos terminarán haciendo con las pensiones, la sanidad y hasta con la paz de las relaciones intergeneracionales. Sin embargo, insistir en la pascua es contraproducente. Estoy encantado con mis hijos, pero me entristece verlos como los solitarios sostenedores del futuro estado del bienestar. Si fuera para pagar pensiones, no los tendría. En Italia han hecho una polémica campaña que insta a las mujeres a no dormirse en los laureles: "La belleza no tiene edad, la fertilidad sí". Recordar el reloj biológico tampoco parece muy motivador. Los partidarios de la infertilidad aciertan al poner el punto de mira de su propaganda en la felicidad.
Aunque una cosa es apuntar, y otra, dar en el blanco. Hablar de la felicidad, mientras no se invente un felicímetro (que iluminaría graves problemas filosóficos y existenciales) no deja de ser algo bastante subjetivo y presuntuoso. Yo no quiero presumir de mi felicidad ni echarla a pelear con la de nadie, pero desde que leí el articulo me obsesiona una idea. No se cuenta en esa felicidad que se propone la de los hijos, que yo sumaría. Quiero decir, la pareja sin hijos puede contar la suya, y me parece genial, y se la deseo inmensa. Lo justo es que a la de mi mujer y a la mía, que no son mancas, se sumen las de nuestros niños, que corretean alrededor de mi mesa mientras escribo esto, y, si ellos tienen hijos, que se sigan sumando felicidades, y, si no los tienen y son muy felices, que recuerden que lo son porque sus padres sí los tuvimos. La felicidad no es sólo la que se tiene, sino la que se da.
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