Algo bulle, hormiguea, hierve y ruge en todas las historias de Lucia Berlin. Ese algo es la vida, su propia vida: una carrera de obstáculos a lo largo de siete décadas, un desasosiego que no cesa, que hincha las velas de sus narraciones desde la primera línea hasta el punto final. Confieso que he vivido, podría decir ella también. Pero no pacíficamente ni a lo grande, sino zarandeada por los vientos furiosos de duras circunstancias familiares: un padre que trabaja demasiado y apenas se deja ver; una madre que se encierra en su habitación con una botella; cambios de ciudad y de país; inadaptación a los nuevos colegios; un curso vertiginoso en la universidad; alcoholismo; ligereza sexual que roza la adicción…
Al final, setenta historias breves para contar escuetamente sus setenta años. Los de una mujer hermosa que decide exprimir sus días y es ella, qué pena, la que acaba exprimida, tirada con frecuencia en la cuneta, rota. Lucia se levanta y se recompone una y otra vez, porque con treinta años y tres divorcios debe sacar adelante a sus cuatro hijos. Por ellos trabaja como telefonista, auxiliar de enfermería, administrativa, profesora de español y mujer de la limpieza, mudándose de casa y cambiando constantemente de trabajo.
Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara, 2016) es una exigente selección de cuarenta y tres relatos, que se presentan por primera vez en español. Historias donde pasan much
as cosas a la vez, manejadas con el virtuosismo de pies y manos sobre los platillos y los tambores de una inmensa batería. El resultado es vivaz, alegre, expansivo, maravilloso. Cada palabra parece haber superado un riguroso casting. Cada frase ha sido tallada como un diamante, con una condensación de información relevante capaz de encerrar en una mirada un mundo, un infierno en una alusión. Información ensamblada con mecánica de precisión, para insuflar vida a personajes y situaciones que nos parecen más reales que la misma realidad, donde la escritora interpreta al mismo tiempo los papeles de héroe y antihéroe, a veces con una inconsciencia o irresponsabilidad que dejará secuelas irreversibles. Estamos, por comparación con otro maestro, ante el realismo sucio de Carver, a veces más sucio y desagradable, a veces más tierno y humilde, con gotas inesperadas de humor benévolo.
También estamos ante una valiosa lección de antropología. En su vejez, Lucia reconoce que “todo lo bueno o malo que ha ocurrido en mi vida ha sido predecible e inevitable, en especial las decisiones y los actos que han garantizado que ahora esté completamente sola”. Ella se hizo y se deshizo a sí misma, no una vez sino muchas, y asume su culpa con valentía. Pero creemos que se equivoca al juzgar inevitable su trayectoria. Puede ser inevitable cosechar tempestades cuando siembras vientos, pero nadie te obligó a abrir la caja de Pandora. Si bebes a diario y sin medida serás alcohólica, y la infidelidad a tu marido acabará en divorcio, pero beber y traicionar fueron elecciones libres. Dicen que la naturaleza no perdona nunca.
Los relatos de Lucia Berlin recuerdan a los guiones de Woody Allen. Él y ella construyen historias donde los personajes parecen marionetas de sus propios impulsos; vidas donde cualquier idea sobre el deber o la responsabilidad es sofocada por una maleza de deseos y sentimientos que crecen sin control; hombres y mujeres jóvenes que no llevan las riendas de sus conductas y se abandonan al escapismo inmaduro del carpe diem; que parecen incapaces de mantener ese compromiso estable que llamamos fidelidad, y que por ello pagan la elevada factura de la infelicidad. Lucia Berlin intuye – como todo el mundo- que la clave de la felicidad es el amor, pero tal vez desconoce algo que Platón expresó de forma insuperable: que con la efigie del amor se acuña mucha moneda falsa. A pesar de todo, esa hermosa mujer y sus personajes nos conmueven hasta el fondo. Porque nosotros somos como ellos. O podríamos serlo.
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