Josemaría Carabante,
autor de este breve ensayo, doctor en Filosofía del Derecho por la Complutense,
profesor universitario, no se ciñe a las revueltas estudiantiles del 68. Se
remonta a las causas filosóficas y sociológicas que impulsaron la protesta, y
realiza un balance de sus consecuencias filosóficas, psicológicas y políticas.
En realidad, no nos habla de un año, sino de un siglo: el siglo del 68.
La
revuelta estudiantil de Mayo del 68, en París, escogió una retórica
anarco-marxista para incriminar las instituciones democráticas y la cultura
occidental. Los universitarios rechazaban en bloque la sociedad y la política
del momento. Toda autoridad -estatal, familiar o docente- les parecía opresora.
Toda norma -legal o moral- atentaba contra la libertad personal. Toda tradición
–cultural, religiosa o artística- coartaba la autenticidad. Toda institución,
en fin, parecía una camisa de fuerza.
Un año
antes, al otro lado del Atlántico, los universitarios de Columbia protestaron
contra el reclutamiento para Vietnam en el campus, mientras la ciudad de San
Francisco se convertía en el paraíso de la contracultura con la convocatoria
hippy del “verano del amor”. Se pedía libertad sexual y legalización de las
drogas, vida errabunda en la naturaleza…
En
todos los casos se trataba de una revolución sin programa. “Ya fuera con motivo
del Vietnam, del autoritarismo o de la represión sexual, los manifestantes
planteaban una enmienda a la totalidad del sistema”, sin proponer alternativa.
Por contraste, al otro lado del Muro, los checoslovacos arriesgaban su vida
reclamando un régimen como el que rechazaban los occidentales, y sus
pretensiones eran ahogadas en la
Primavera de Praga.
¿Qué ha quedado del 68 después de medio siglo?
No se hundió el sistema, pero triunfó una forma de pensar y vivir tejida con el
rechazo a la tradición, el recelo ante la verdad, el deseo de autenticidad, la
revolución sexual, el impulso libertario, el individualismo, el respeto
acrítico a la diferencia… Nicolás Sarkozy, durante las elecciones francesas de
2007, identificó como herencia de del 68 la crisis moral de Francia, concretada
en el relativismo, la erosión de la autoridad y el declive de la familia.
No
parece que tal herencia sea muy positiva. Lipovetsky, presentado por Carabante
como el más brillante y sagaz de los filósofos posmodernos, advierte que la
pulverización de los patrones intelectuales y morales conlleva inexorablemente
la más profunda apatía, la trivialidad y la indiferencia. Lo ha descrito en La era del vacío.
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