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A uno le gustaría que Antonio Gala tuviera la lucidez suficiente para reconciliarse con el Altísimo, al menos en sus últimos momentos. Como Sartre, como Borges, como Voltaire, como la Pasionaria y tantos otros. En realidad, bastan unos segundos para robar el corazón al Crucificado, a la manera del buen ladrón en el Calvario. Incluso menos: !Oh, Dios: si existes, salva mi alma, si tengo alma".