sábado, 21 de noviembre de 2009

Confucio y el gato



Asisto a un congreso en el que participan más de 500 profesores de Castilla y León. Somos conscientes de presenciar en las aulas una auténtica mutación: la involución del homo sapiens al homo videns, infraeducado por la realidad virtual de los videojuegos, la música, las series televisivas y las redes sociales. Por eso, aunque todos hablamos de crisis en la educación, pienso que en realidad no hay tal crisis. La hubo mientras había educación. Ahora solo tenemos un cadáver, a quien una legión de expertos en la cosa se empeña en reanimar. Expertos que no conocen a Confucio ni a Platón, menudos carcas. Porque el griego, gran educador de Occidente, se atrevió a declarar la incompatibilidad entre hedonismo y educación, mientras el chino, padre cultural de Oriente, dejaba escrito que, si no se respeta lo Sagrado, no hay nada sobre lo que se pueda edificar una conducta.


Además de vivir consumidos por el consumo y de espaldas a la Trascendencia, negamos la verdad y vivimos en ese mundo traidor de Campoamor, donde nada es verdad ni mentira porque todo es según el color del cristal con que se mira. Pero está claro que no hay educación si no hay verdad que transmitir, si solo hay opiniones y palabras que se lleva el viento. Tampoco hay educación sin autoridad. Y, desde hace décadas, se ha puesto de moda tratar a hijos y alumnos de igual a igual, como coleguillas o amiguetes. Sin advertir que esa bienintencionada relación se asienta sobre un polvorín, pues el niño y el adolescente son, por naturaleza, insaciables.


Platón se preguntaba cómo podemos conocer lo que nos conviene sin saber quiénes somos. Nosotros nos preguntamos cómo podemos educar sin saber qué es un ser humano, un hijo, un alumno; ¿somos, en última instancia, hijos de Dios o primos del mono?; ¿apostamos por la Trascendencia o nos zambullimos en la intrascendencia? Nuestro problema –en mi humilde opinión- es que muy pocos se atreven a reconocer que somos criaturas, y mucho menos a poner ese cascabel al gato. Por esa negligencia irresponsable, el travieso gatito de la educación hace años que se nos ha ido de las manos y se ha convertido en un ingobernable alien.