lunes, 31 de mayo de 2010

Un tuareg en Barcelona



- No sé mi edad: nací en el desierto del Sahara, sin papeles, en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre. Hoy estudio Gestión en la Universidad Montpellier.


- ¡Qué turbante tan hermoso...!

- Es una fina tela de algodón: permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través. Teñimos la tela con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo. A los tuareg nos llamaban los hombres azules porque la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados....
- ¿Quiénes son los tuareg?

- Tuareg significa "abandonados", porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: "Señores del Desierto", nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh.

- ¿Cuántos son?

- Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece... "¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!", denunciaba una vez un sabio: yo lucho por preservar este pueblo.

- ¿A qué se dedican?

Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio...
- ¿De verdad tan silencioso es el desierto?

- Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.

- ¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?
Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba... Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre... Y yo. ¡No había otra cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!
- ¿Sí? No parece muy estimulante.

- Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas... Y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.

- Saber eso es valioso, sin duda...

- Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!

- Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?

- Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!

- ¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa?

- Vi correr a la gente por el aeropuerto... ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro...

- Sólo iban a buscar las maletas…

Sí, era eso. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de respeto hacia la mujer?, me pregunté..... Después, en el hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua... y sentí ganas de llorar.

- Qué abundancia, qué derroche, ¿no?

¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso...

- ¿Tanto como eso?

- Sí. A principios de los 90 hubo una gran sequía, murieron los animales, caímos enfermos... Yo tendría unos doce años, y mi madre murió... ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba historias y me enseñó a contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.

- ¿Qué pasó con su familia?

- Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa... Entendí: mi madre estaba ayudándome... .

- ¿De dónde salió esa pasión por la escuela?

- De que un par de años antes había pasado por el campamento el rally París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo....

- Y lo logró.

- Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en Francia.

- ¡Un tuareg en la universidad...!

- Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella... Y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta cada cabra... Aquí, por la noche, miráis la tele.

- Sí... ¿Qué es lo peor que le parece de aquí?

- Tenéis de todo, pero no os basta.. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa.... En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!

- Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.

- Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde...

- Fascinante, desde luego...

- Es un momento mágico... Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor... La calma nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor...

- Qué paz...

- Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.



Entrevista realizada por Víctor Amela a Moussa Ag Assarid

La Vanguardia

sábado, 22 de mayo de 2010

A los que sufren




El escritor francés Charles Péguy protagoniza esta audacia que cuenta en tercera persona:

Un hombre tenía tres hijos y un día cayeron enfermos. A su mujer le entró tal miedo, que tenía la mirada fija en su interior y el ceño fruncido y ya no hablaba ni una palabra. Pero él era un hombre y no tenía miedo de hablar. Había comprendido que las cosas no podían seguir así. Y entonces hizo algo muy osado. Hasta él mismo se admiraba un poco de lo que había hecho, y la verdad es que había sido un acto audaz.

Como quien coge a tres niños del suelo y los pone a los tres juntos en brazos de su madre o de su niñera, que se echa a reír entre exclamaciones, porque son demasiados y no puede con todos, así él, había cogido -con la oración- a sus hijos enfermos, había hecho una peregrinación de París a Chartres, y los había puesto tranquilamente en brazos de Aquella que carga con todos los dolores del mundo. "Mira -le dijo- te los entrego y me largo; desaparezco para que no me los devuelvas. Ya no los quiero, ¿lo oyes?".

¡Cómo se alegraba de haber tenido valor para hacer eso! Desde aquel día todo marchó bien, naturalmente, pues se encargaba de ellos la Santísima Virgen. Y hasta resulta curioso que no hagan lo mimso todos los cristianos. Es tan sencillo... Pero nunca pensamos en lo que es sencillo. En fin, que somos tontos, es mejor decirlo de una vez.

sábado, 15 de mayo de 2010

¿Pericles?

Me ha gustado este párrafo de Cela Conde en el Faro de Vigo:

"Los griegos de Pericles eran unos obtusos. No sabían qué quiere decir S&P, ni lo que es el bono basura, ni cuáles son los apuros del IBEX 35. En su ignorancia, ni siquiera habían descubierto las leyes del mercado. Se limitaron a inventar las virtudes ciudadanas, el arte de la política cuando la política era un arte, el valor de la amistad y el embrión de la democracia. Pobres catetos, sin bisagras parlamentarias, comisionistas ni preclaros defensores de la corrección a ultranza. Aun no sé ni por qué razón nos acordamos de que existieron alguna vez".

martes, 11 de mayo de 2010

Ella en mayo







El demonio que Berman nos presenta en El séptimo sello es el auténtico príncipe de este mundo, capaz de amedrentar al mafioso más bragado.

Los demonios que provocan los Milagros de Nuestra Señora, escritos por Berceo, enfrentados a la Gloriosa no pasan de diablillos revoltosos, casi como de la familia. En uno de ellos nos encontramos a un hombre violento y egoísta, con méritos de sobra para ser odiado por todos sus vecinos. Cuando se muere, los diablos se abalanzan sobre él, le agarran y le arrastran de cabeza al infierno. Entonces Jesucristo se interpone en su camino y les pregunta adónde van tan deprisa. Ellos le resumen la vida nada recomendable del difunto y le demuestran que se trata de un caso perdido. Pero la muerte también está llena de sorpresas, y Berceo nos cuenta la maravillosa respuesta de Jesús:

-No os falta razón, pero se os escapa un pequeño detalle. Este pecador impresentable tenía una imagen de mi Madre en la puerta de su finca. Y siempre que entraba o salía la saludaba con unas palabricas: "Ave, santa María, que pariste al Mesías".

En cuanto los diablos oyeron el nombre de la santa Regina, dice Berceo que soltaron a su presa y se esfumaron como una neblina.

sábado, 1 de mayo de 2010

El mejor Saroyan




Homer Macauley trabaja como mensajero para una compañía de telégrafos y se convierte en testigo de la vida cotidiana de los habitantes de Ithaca, una pequeña población del valle de San Joaquín, en California, que ve como muchos de sus soldados, en plena Segunda Guerra Mundial, no regresan del frente. Cada telegrama que entrega es el nuevo anuncio de otra víctima, una ventana que se cierra en la familia del desaparecido y, a la vez, un paso más en su conocimiento del mundo y del comportamiento humano.

La comedia humana, editada por Acantilado, es la más célebre de las novelas de William Saroyan, y su historia es profunda y ligera al mismo tiempo, triste y amable, deliciosamente seductora. Suelo recomendar novelas en colegios e institutos, y ninguna gusta tanto como esta famosa obra que en su día ganó el premio Pulitzer.