En 1917 el bailarín flamenco Juan Martínez y su mujer, Sole, están actuando en Rusia cuando estalla la revolución bolchevique. Sin poder salir del país, sufren en San Petersburgo, y luego en Moscú, Kiev y Odesa, los rigores de una convulsión que trastornó la historia del siglo XX. El gran periodista sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944) -de la generación y la talla de Camba, Ruano y Pla- conoció a Martínez en París y decidió contar por escrito sus peripecias. Así nace El maestro Juan Martínez que estaba allí, una magnífica novela, una gran lección de historia, una crónica a la altura del mejor Kapuscinski.
De Martínez, protagonista y narrador, nos cautiva su relato integrado por mil historias amasadas con la bajeza y la nobleza inagotables del ser humano. Estamos ante un testigo nada politizado, especialista en mimetizarse con el caos y salir indemne de las situaciones más comprometidas. Juan y Sole son capaces, incluso, de vivir con cierto desahogo en medio del descoyuntamiento social más pavoroso, y de mantener sus principios y cierta dosis de humor a pesar del encanallamiento generalizado. Por todo eso nos conquistan
A diferencia de Lázaro de Tormes, la picardía de Juan Martínez no solo se enfrenta a un hambre atroz, sino a una maquinaria infernal, de la que logra escapar con vida en múltiples ocasiones memorables. Se trata, dirá, de “la época más azarosa de mi vida, una época de horror, como creo que no la ha habido nunca en el mundo ni volverá a haberla”. Si Lázaro es un perdedor que no deja de lamentar su negra suerte, Juan Martínez no pierde tiempo en quejarse, cambia de profesión cuando no queda otro remedio, emprende negocios rentables, hace amigos entre los nobles, entre los rojos, entre los judíos... Ni siquiera la comparación con Ulises le haría justicia, pues todas las artimañas del griego, para regresar a Ítaca, son un juego de niños si se comparan con los seis años que a Juan y a Sole les cuesta escapar del esperpento ruso.
Juan Martínez y Manuel Chaves nos regalan esta historia inolvidable escrita en un castellano terso y esencial, que apenas necesita adjetivos porque los hechos desnudos ya son sobrecogedores: “Había tanta hambre que cuando caía una caballería muerta en medio de la calle, los hombres, como chacales, se precipitaban sobre ella, y en quince minutos dejaban monda y lironda la osamenta de la bestia, como no lo hubiese hecho mejor una bandada de buitres”.