Dulce Mashenka… Ahora ya no lleva sus medias finas ni su jersey de lana azul marino. Es difícil mantenerse limpia en un vagón de mercancías. Aguzando el oído, escucha la jerga –se diría que no es ruso- de sus vecinas de litera, las ladronas, y mira con espanto a la jefa del convoy, una histérica de labios pálidos, amante de un famoso ladrón de Rostov.
Así comienza el capítulo 13 de Todo fluye, y te cuenta la historia de una muchacha de Moscú, deportada a Siberia en los tiempos de Stalin. Pocas veces en mi vida he leído algo tan fuerte y conmovedor. Veinte páginas exactas -un tesoro para todo profesor de Historia Contemporánea-, en las que acompañamos a una joven mujer de alma limpia, en su descenso a los infiernos.
Todo fluye es una hermosa y sobrecogedora novela histórica, que nos descubre lo que vela la metafórica Rebelión en la granja. Además, Vasili Grossman ha escrito una obra necesaria, porque la opinión pública sabe de sobra lo que hizo Hitler con 6 millones de judíos, pero no se imagina que la cuenta de resultados de Stalin multiplica por 5 el Holocausto.
Novela necesaria para denunciar el silencio de esa izquierda cómplice, que cuando quiere denunciar atrocidades mira sistemáticamente hacia otra parte, hacia la Alejandría del siglo V, por ejemplo. Necesaria, en fin, porque, si se ignora la inmensa calamidad del Comunismo, todo lo que nos cuenten del siglo XX será un cuento chino.