William Wilberforce estudió Leyes en Cambridge. Más tarde, desde su escaño en el Parlamento Británico, tuvo la audacia y la constancia de liderar una larga y difícil batalla en contra de las leyes británicas que amparaban la esclavitud, sabiendo que la mayoría de los parlamentarios tenían importantes intereses económicos en el turbio negocio esclavista. Tras 16 años de lucha incesante, en los que aguantó no pocos ataques y contratiempos, en 1807 logró la aprobación de su Proyecto de Ley y la abolición de la trata de esclavos.
Alfonso Aguiló trae a colación su figura para decirnos que “la película Amazing Grace ha recogido de forma brillante lo que fue su vida: un remar contra corriente, luchando contra algo que por entonces se consideraba normal e inevitable. Tuvo que resistir los ataques de quienes le veían como un inoportuno, como un personaje extemporáneo que venía a perturbar sus adormiladas conciencias y a arruinar sus pujantes negocios. Pero, por fortuna, su constancia superó lo políticamente correcto y rompió unas barreras que por entonces se pensaba que durarían siglos”.
”Cada época se caracteriza tanto por sus intuiciones como por sus ofuscaciones. La historia muestra cómo pueblos enteros han permanecido durante períodos muy largos sumidos en errores sorprendentes. Y muestra también cómo han sido personas singulares las que, con su coraje y su entrega, han logrado despertar a sociedades que asistían amodorradas a espectáculos bochornosos. Es indudable que, en esto, nuestra época no es distinta a las anteriores, y que hoy dependemos igualmente de que surjan esas personas que tengan la valentía de decir que no se puede matar al no nacido, que los embriones no son un material de laboratorio o de comercio, que los enfermos terminales tienen una dignidad, o que no se pueden imponer políticas que degradan la dignidad de la familia o de la escuela”.