Felizmente para los burgaleses, desde este verano de 2010 el hecho biológico de la evolución se desdobla en otro hecho de cristal y cultura: el Museo de
Hoy sabemos que, en un ser vivo, igual que en cualquier máquina donde las partes están estrechamente interrelacionadas y dependen unas de otras, un origen al azar es sencillamente imposible. ¿Qué zoólogo no se ha sentido sobrecogido ante el prodigioso montaje -autorreproductor y capaz de repararse- que caracteriza a cualquier organismo vivo? Ninguna de nuestras máquinas es autorreproductora, y esa capacidad nos resulta de una complejidad inalcanzable. Por ello, en lugar de aceptar ingenuamente el azar,
Respecto a la selección natural, se trata de un concepto tan genial como escurridizo, que no se deja formular en forma de ley. Además, no es científico en la medida en que implica una tautología o círculo vicioso. Sobreviven los mejor adaptados, dice. ¿Y quiénes son los mejor adaptados? Los que sobreviven. Es el argumento de Molière en El médico a palos: el opio “hace dormir quia est in eo virtus dormitiva”. La selección natural, dogma central del darwinismo, criba las mutaciones fortuitas y se convierte en agente todopoderoso que empuja el progreso evolutivo. Pero también el concepto de “progreso evolutivo” es difícil de medir o cuantificar, y además resulta sospechoso de antropomorfismo. Más razonable parece hablar de “complejidad creciente”. En cualquier caso, ni el supuesto progreso ni la complejidad son universales, pues no afectan a la mayoría de los seres vivos: las bacterias. Ellas y las algas azules se han mantenido invariables durante cientos de millones de años.
Como dice Gould, uno de los evolucionistas más lúcidos, “tendríamos que terminar con los cuentos, que no son más que cuentos". Eso y mucho más esperamos del MEH. Y yo también os espero en Burgos.