miércoles, 6 de enero de 2010

Leonor de Aquitania



Cualquier novelista sabe que la vida supera a la ficción. También lo sabe cualquiera que haya leído una buena biografía, desde las paralelas de Plutarco. Y así lo ratifica Leonor de Aquitania, obra maestra de Régine Pernoud, en la excelente edición de Acantilado.


Porque la duquesa de Aquitania –señora de la hermosa tierra que se extiende entre el Garona y los Pirineos- será reina de Francia durante nueve años, reina de Inglaterra durante medio siglo, madre de Juan Sin Tierra y de Ricardo corazón de León, tan protagonista del la historia de sus reinos como sus hijos y esposos, como el canciller Thomas Beckett y San Bernardo, como el abad Suger y los templarios. Leonor, femenina y muy guapa, ambiciosa y enérgica, aventurera y culta, musa de los trovadores, reina y madre por encima de todo, está en el centro de un ruiquísimo friso que nos permite contemplar y entender -a través de la inmensa sabiduría de Pernoud- uno de los tramos más complejos y apasionantes de la historia de Europa.


Igual que el siglo XII, la vida de Leonor rebosa de episodios novelescos, entre los que destacan sus ceremonias de coronación; la participación en la segunda Cruzada; una frustrada tentativa de rapto; la separación de Enrique Plantagenet a causa de la bella Rosamunda; la década de arresto domiciliario, tras ser capturada por Enrique, cuando viajaba disfrazada de escudero; las muertes de sus dos esposos y de ocho de sus diez hijos; el paso de los Pirineos hacia Burgos, cuando ya tiene ochenta años y es invierno; su defensa del castillo de Mirebeau, donde ha sido sitiada por uno de sus nietos…


Por su ritmo narrativo, por el vigoroso retrato de los protagonistas, por la inteligente exposición de la compleja coyuntura histórica, Leonor de Aquitania me ha parecido una biografía insuperable, al nivel del Julio César de Carcopino, del Hernán Cortés de Madariaga, del Tomás Moro de Vázquez de Prada. En ocasiones, el lector podrá cansarse con la profusión de personajes, castillos, poblaciones y territorios que desconoce, pero será el pequeño precio que habrá de pagar por una historia donde abundan las páginas antológicas. Y, al cerrar el libro, ese mismo lector apreciará uno de sus benéficos efectos colaterales: que Régine Pernoud, con su certera pintura de la Edad Media, pone en evidencia la tomadura de pelo de los pilares de Ken Follet. Mucho más respetuosa con esa realidad, la película El león en invierno nos permite ver siempre a Enrique y Leonor bajo el semblante de Peter O’Toole y Katharine Hepburn.