
Si en su momento fui deslumbrado por Ébano y Viajes con Heródoto, al disfrutar ahora con cada párrafo de El Emperador, pienso que Kapuscinski ha dado en estas páginas lo mejor de sí mismo. El libro, todo un alarde de estilo, se lee con asombro creciente y una sonrisa, pues su autor ha encontrado el tono tragicómico justo para una historia altamente sugestiva y surrealista. Por lo demás, la vida en la corte de Addis Abeba recuerda, a veces, episodios grotescos y mezquinos que protagonizan gobierno y oposición en nuestro país, sin ir más lejos.