martes, 23 de noviembre de 2010

Juicio sumarísimo




Domingo en Burgos. Oigo a mis espaldas, en una cervercería del casco histórico, un juicio sumarísmo: ¡Será maricón! Me vuelvo y veo a tres parejas jóvenes, con caña y bravas, riendo mientras comentan un artículo del periódico. Siempre que escucho ese tipo de descalificaciones recuerdo una triste radiografía de Antonio Machado: “De diez españoles, nueve embisten y uno piensa”. Cuando se van, me hago con el diario y leo la columna que ha provocado la citada lindeza. Es de un colaborador con aspecto simpático y buena pluma. Se queja de que “muchas personas identifican todavía hoy la homosexualidad con lo sucio, lo inmoral, lo desviado, lo enfermo, lo ridículo, lo digno de lástima y compasión”. Por eso le parece “digno de aplauso que en 2005 nos convirtiéramos en una de las primeras naciones que amplió el derecho del matrimonio a las personas del mismo sexo”, demostrando que “somos una de las sociedades más equilibradas, tolerantes y simpáticas del planeta”.

Al llegar a este punto me pareció estar oyendo a un portavoz de Zapatero, cuyo problema no es precisamente de autoestima y sí de argumentos. Porque la matraca que se empeña en llamar matrimonio a la unión homosexual es un tosco voluntarismo, contrario a una evidencia irrefutable: los homosexuales tendrían derecho a engendrar hijos si pudieran fecundarse. Pero resulta que no son los prejuicios de nadie, ni las leyes, ni las religiones, quienes les niegan esa posibilidad: es la biología. Por eso, si los homosexuales quieren ser tratados como los demás, tendrán que empezar haciendo lo que suelen hacer los demás: respetar la realidad y llamar a las cosas por su nombre. Si la unión conyugal entre hombre y mujer se ha protegido desde Altamira al siglo XXI, ha sido por estar directamente asociada al origen de la vida y a la supervivencia de la especie. La introducción artificial de un niño en la casa de dos homosexuales, ni convierte a éstos en matrimonio ni a los tres en familia. Dos homosexuales pueden ser dos buenos padres, pero nunca serán una madre, ni buena ni mala; dos lesbianas pueden ser dos buenas madres, pero nunca serán un padre, ni bueno ni malo. “No deseo a ningún niño lo que no he deseado para mí misma”, dice Alejandra Vallejo-Nágera. Y añade: “Me gusta, siempre me ha gustado, tener un padre y una madre. Cualquier otra combinación de progenitores me parece incompleta e imperfecta”.

Más que un tema jurídico o religioso, más que una cuestión de tolerancia o libertad, más que un asunto progresista o retrógrado, de derechas o izquierdas, nos encontramos ante un problema básicamente biológico. Se podrá opinar lo que se quiera, pero lo que tú y yo opinemos es irrelevante cuando los genes tienen la última palabra, y cuando ese orden natural tiene serias repercusiones psicológicas, emocionales y educativas. El presidente de la Asociación Mundial de Psiquiatría ha señalado que un niño “paternizado” por una pareja homosexual entrará necesariamente en conflicto con otros niños, se comportará psicológicamente como un niño en lucha constante con su entorno y con los demás, creará frustración y agresividad. Una vez más, con la naturaleza hemos topado.